José de la Cruz Mena
(León, 3 de mayo de 1874 – 22 de septiembre de 1907).
Fue Compositor, músico y director de orquesta nicaragüense, reconocido como el músico clásico que más asimiló la influencia de los grandes maestros austríacos del vals dándole un toque personal en la composición de obras musicales abordando temas autóctonos.
Fue el principal representante armónico de la cultura leonesa de fines del siglo XIX y principios del XX y es llamado “El Divino Leproso” porque murió luego de padecer el mal de Lazaro.
José de la Cruz Mena nace el 3 de mayo de 1874 como quinto hijo del matrimonio de Don Yanuario Mena y Doña Celedonia Ruiz, su nombre correspondía a la conmemoración del calendario católico en la fecha de su nacimiento, o sea, a la conmemoración de la Santa Cruz, según costumbre de esa época. Estudio música en Managua y su profesor fue Don Alejandro Cousin. Tuvo predilección por el Cornetín, y fue su instrumento favorito, desde muy niño logró tener cierto dominio sobre dicho instrumento, y su padre gozaba exhibiéndole y haciéndole ejecutar ante las personas a quienes tenía el gusto de presentarlo.
Poco tiempo después se marchó a la República de El Salvador, y allá también estuvo de lata en la banda de los AA.PP., en donde con el estudio y la práctica adquirió nuevos y más ricos conocimientos en el Arte.
Estando en El Salvador fue donde desgraciadamente empezó a desarrollársele la enfermedad, y se vio obligado a retirarse del cuerpo de bandas y regresar enseguida a su patria. Cuando llegó a ésta, cada día veía que la terrible enfermedad le invadía más y más hasta el grado de tener que recluirse en su casa, y no salir ya a la calle sino cuando la necesidad se lo exigía, a implorar la benevolencia de sus amigos para no morir de hambre.
Yo conocí a José de la Cruz estando él muy pequeño y sin la enfermedad que tan horriblemente le desfiguró después. Cuando regresó de El Salvador le volví a ver, y fue entonces cuando tuve relaciones de amistad con él, habiéndoseme presentado como colega, al mismo tiempo que solicitando la protección a sus trabajos que tan justamente la merecían.
Hizo tales progresos la enfermedad en el grande y genial artista, que en muy poco tiempo su rostro y sus miembros quedaron completamente deformes; y en el año de 1896 perdió enteramente la vista. ¡Y qué mayor desgracia para cualquiera, sobre todo para un músico ser ciego!
Pareciera que el infeliz Mena, en aquel estado, había sido abandonado por la Providencia: no, ¡mil veces! Perdió el sentido de la vista; quizá tenía también perdidos el del paladar y el del tacto, por la hinchazón y deformidad de los tejidos y membranas mucosas, pero le imprimió el mismo Dios la gracia incomparable; el don más valioso que en medio de su desgracia podría ambicionar; le iluminó con sus rayos divinos aquel cerebro que hasta entonces había permanecido en la oscuridad puede decirse, y le convirtió en una fuente inagotable de fecunda inspiración.
El que sepa apreciar cómo se debe el valor de esa obra de Dios, tiene que reconocer su infinita sabiduría, su poder sin límites, su inmensa misericordia. Mena mismo en medio de su cruel desgracia, se hallaba conforme con la voluntad suprema; y cuando se le preguntaba como hacía para escribir con tanta inspiración, él contestaba humilde y reverente.
– Dios es el que lo hace todo.
Las primeras obras que Mena dio a luz, fueron escritas por él durante su permanencia en El Salvador, estando enfermo en el Hospital de San Salvador, las que fueron enviadas a España, según he sabido, por la Superiora de las Hermanas de Caridad de aquel establecimiento; esto sucedió en el año de 1890. Dichas composiciones eran unos Villancicos y Ave -Marías.
Dos años después, en 1892, regresó a su patria, Nicaragua, y cuando llegó al estado de postración a que lo redujo el lazarino el año de 1896, comenzó a dar a conocer sus nuevas composiciones, consistían en piezas musicales profanas, valses, mazurcas, etc. Marchas, pasos dobles y marchas fúnebres. Todas estas obras, o casi todas, fueron dedicadas a diferentes personas, de quienes recibía protección el importante compositor. Por eso se conocen muchísimas de sus composiciones con los nombres de Amores de Abraham, Rosalía, Margarita, Emilio etc. También compuso gran número de obras que vendía, para ayudarse en parte a cubrir sus necesidades.
Cuando José de la Cruz perdió la vista, tuvo necesidad de escribir al tacto, el que era un trabajo por demás arduo; pues casi siempre el que les servía de amanuenses no era muy conocedor de la materia, y el pobre Mena tenía que hacerle presente hasta el último pormenor y el más pequeño detalle.
Como Mena frecuentaba bastante mi casa, sostenía con él largas horas de conversación que únicamente recaía sobre música; y aunque se hallaba en lamentable estado por su enfermedad, nunca desconoció sus deberes; siempre tuvo la humildad de no trasponer ni el quicio de la puerta, ¿qué digo? Ni siquiera ponía el pie en la acera de la casa, sino que se quedaba en la calle, a la orilla de la acera: ¡Pobre Mena! Esa fue otra de sus bellas cualidades: la humildad.
Hablando con él de su gran facilidad para componer, le insinué la idea de escribir algo sobre el género religioso: se entusiasmó con esta idea, y entonces le propuse que me hiciera en primer lugar unas marchas o unas melodías para ejecutarlas durante la Santa Misa; propiamente hablando, unos extractos religiosos. Hízolo así, y me escribió los primeros tres o cuatro números: estas obras, y todas las que me escribió después, debido al cariño y afecto de él, son de mi exclusiva propiedad, por lo cual tienen para mí ese mérito más.
Las primeras Marchas y Melodías fueron recibidas con entusiasmo por el público; y por parte de los músicos, los unos dijeron que eran bonitas; otros las vieron con indiferencia, y no faltó quien hiciera ascos al ver el nombre del autor que por su enfermedad era visto con menosprecio por esos envidiosos y egoístas, indignos del arte.
Yo por mi parte hacía mayores esfuerzos por interpretar las composiciones del nuevo Lázaro, quién en sus obras ha sabido expresar tan delicados sentimiento, dándoles a veces un aire de melancolía y de tristeza, que retratan a lo vivo las impresiones de su alma abatida por los sufrimientos; y otras alentado por la inspiración divina, olvidando las miserias humanas, imprime a sus creaciones la alegría característica de las almas que son guiadas por un espíritu superior, de una manera sobrenatural.
El público comprendió bien pronto que Mena era un inspirado compositor; y cuando sabía que en tal a cuál fiesta me proponía ejecutar alguna o varias de sus obras, concurría ávido de lo bueno a escuchar aquellas producciones, que a la originalidad unían la belleza y rica melodía, que es uno de los distintivos de sus obras. El número de marchas y melodías que me escribió, y cuya exclusividad me pertenece, es de dieciocho.
Enseguida le sugerí la idea de escribir unos Sones de Pascua de los cuales compuso primero cinco números para pequeña orquesta, y dos para varios instrumentos más.
Como era de esperarse, estas, Obras se recomiendan por sí solas; y aquellos mismos que habían visto con indiferencia las primeras, y aun los que las habían mirado con desprecio, reconocen en el autor de tan delicadas composiciones, al verdadero y original compositor.
La educación artística de nuestro entonces novel compositor, pertenecía especialmente al género profano y más que todo, al de música de Banda; razón tuvo, pues, para desconfiar de sí mismo y con su habitual humildad me dijo «¿Y qué es un Responso? Yo nunca he conocido obras de ese género, no sé cómo pueda hacerlo».
Pues lo vas a componer con la mayor facilidad, le contesté; voy a darle una explicación de las reglas que se observan en esa clase de obras, y también te daré escrita la traducción del texto latino, para que no encuentres ninguna dificultad en la interpretación de la letra.
Le hice un bosquejo de la obra que deseaba, y le di los dos textos, latino y español del Responsorio Libero me Domine.
Un talento como el que me ocupa no necesitaba más. Se aprendió de memoria la letra cuya pronunciación le enseñé antes para que supiera emplear el acento prosódico de las palabras; y una vez impregnado del sentido de ellas, forjó mentalmente su plano y concibió por completo la obra. A continuación, se ocupó de dictarla a un escribiente, que por desgracia era muy lego, y por lo mismo resultó pésimamente escrita; pero a las claras se notaba que los errores eran puramente de escritura.
El conjunto a primera vista demostraba que la obra era magnífica y muy original; pero examinando detenidamente la instrumentación, se encontraban los errores de escritura de que he hablado, y no queriendo yo poner manos en corregir aquello a mi manera, sin la ausencia del autor, esperé que se me presentara la ocasión para decirle la verdad, y consultarle el caso.
¿Pasado algún tiempo me preguntó Mena por el responso, y cuál era el motivo por qué no le había dado publicidad? – Con toda franqueza le expuse lo que me pareció, y mi manera de interpretar sus ideas, aunque estaban escritas de distinto modo; por supuesto que al hacerlo le di mis razones en apoyo de mi opinión, y Mena en un todo de acuerdo conmigo, me facultó para corregir aquellos graves defectos, en lo escrito, porque él sostenía que al dictarle al escribiente lo había hecho como yo decía; no lo dudo.
Hice una Partitura nueva, y escribí en el orden que observan los grandes maestros, la instrumentación bien arreglada a mi juicio del «Libera me». A continuación, saqué las partes separadas, y más tarde lo puse en estudio.
La obra es digna de figurar en primera línea a la par de las mejores que tengo en mi extenso repertorio de autores célebres europeos; y tan la considero así, que sin desdoro alguno la puse en ejecución, por primera vez, en las grandes honras fúnebres de trigésimo día celebradas en la S. l. C. de esta ciudad en sufragio del alma de don Pedro J. Alvarado H; en las cuales se ejecutaron solamente obras de autores de indisputable mérito, como Eslava y Cherubini.
Don Pedro J. Alvarado H. fue un protector decidido del desventurado Mena, y sin haberlo soñado siquiera, este último, recibió la agradable sorpresa que yo quise darle, al saber que su primera composición de ese género, contribuiría a dar mayor solemnidad con su estreno, a aquel acto consagrado a su bien hechor.
El nombre de Mena quedó desde entonces entusiastamente reconocido, y su fama como compositor de música religiosa se extendió por todas partes.
Ahora es necesario probar otro género de composición, le dije a Mena, vas a hacerme un Tedeum; y como cuando se trató del Responso le hice un bosquejo de la obra, dándole también los dos textos, latino y español.
¿Y qué es un Tedeum? Me preguntó Mena; dije la explicación necesaria, y Dios con un fíat, valiéndose de aquel instrumento, del dichoso Lázaro de mis tiempos escribió una verdadera joya, preciosa en materia de composición musical; siguió al pie de la letra las reglas prescritas y por lo demás, inspirado por el que todo lo puede, dio a luz una de las concepciones que más la honran.
Lo mismo que en los anteriores trabajos, hice una nueva partitura para corregir todos los errores de pluma y después con toda la confianza saqué las partes separadas para ponerlo en estudio. Recuerdo que el día del ensayo, y al concluirlo por primera vez, sin poder contenerme, henchido de un entusiasmo que rayaba en locura; sin reparar en la mucha gente que se hallaba aglomerada en el local del estudio atraída por la belleza de las obras que se ensayaban, grité con toda la fuerza de mis pulmones; ¡Viva Mena!, y sin esperarlo, porque no todos piensan lo mismo, los músicos y el público respondieron en coro: ¡Vivaaa!
El repaso terminó como a las 2 p.m.; y más tarde a las 4 p.m. fui a la casa del esclarecido artista a felicitarle por la sublime concepción de su obra y a ofrecerle un pequeño, regalo en testimonio de cariño y admiración. Después del Tedeum, compuso por encargo mío unas Ave Marías, que siempre que se ejecutan hacen las delicias del auditorio.
A propósito de Ave María, he aquí una anécdota que comprueba la popularidad de que gozan las obras musicales de Mena.
Una señora tomó un día del mes de mayo, consagrado a la Santísima Virgen, y me encargó del arreglo de la música, pidiéndome entre otras cosas, el Ave María que en cierta ocasión se había ejecutado. Con estas vagas señales, a pesar de que todo lo anoto en mis libros de planillas, por de pronto no pude saber cuál sería; pero la señora me dijo que proponía al mismo tiempo que el culto a la santísima Virgen, complacer a su hijito que había oído el Ave María en cuestión y que le gustó tanto que sabía un trocito de ella; que me enviaría al niño para que me cantara lo que sabía, y entonces yo escoger la obra con toda seguridad. Así fue un día de tantos se me presentó un chico de muy corta edad, pero vivaracho y corriente; Maestro, me dijo, después de saludarme, mi mamita me envía para que le diga cual es el Ave María que deseamos ejecute en nuestro día del mes de mayo, dice así: ……, cantó el chico unos tantos compases de la Introducción de la obra, que fueron más que suficientes para que yo la conociera, y al punto exclamé: es el Ave María Nº 1 de José de la Cruz Mena, dígale a su mamita que les alabo el gusto, etc, etc,.
Mena comenzó a darse a conocer con su música profana; pero la popularidad y fama adquiridas como compositor de nota, y sobre todo de música religiosa me la debe en su mayor parte a mí. Por insinuación mía se dedicó a componer obras religiosas; yo fui el primero en darlas a conocer, como hemos visto antes, principiando por sus melodías o entreactos, sones de pascua, etc., mi constancia y empeño en dar al público sus obras a despecho de sus gratuitos y envidiosos enemigos, sin tomar en cuenta la indiferencia , menosprecio y ascos de que ya he hablado; todos esos esfuerzos de mi parte, han sido debidamente recompensados con la merecida fama de que tan justamente gozaba el sublime leproso. Él lo reconoció, y lo confesó siempre que se trataba de la materia.
Como una prueba más de lo que dejó dicho, quiero grabar aquí con caracteres indelebles, lo que por último hice en pro del artista, como un defensor de su bien sentada reputación, que muchos trabajaban incesantemente por anular ya con uno y otro pretexto, y hasta con el de la enfermedad misma de que fue víctima el desventurado Mena. Para esos, cuando veían el nombre de José de la Cruz Mena, que yo he puesto con grandes letras al margen de sus composiciones, y en cada uno de los papeles de los diferentes instrumentos, y en la portada que sirven de cubierta a las obras, era una pesadilla y decían con gesto de repugnancia: …ah! … de Mena! …
El día que murió un personaje de esta sociedad, arregló la orquesta para sus exequias, un músico que, como tal, ha sido para mí muy distinguido. Por la mañana en la música de cuerpo presente se ejecutaron obras de mi extenso y variado repertorio; y para la hora del entierro, que debía verificarse por la tarde, me solicitó el maestro arreglador, un responso que se ejecutaría antes de dar principio a la procesión fúnebre; pero me suplicó que dicho responso tuviera nombre de autor extranjero, que no fuera de Mena.
Esta indicación la recibí como una injuria, como si hubiera sido una ofensa personal que se me infiriera a mí, aumentando mi disgusto, cuando por aclarar la cosa o darme una explicación satisfactoria en su concepto, me dijo el consabido maestro: que muchos al ver el nombre de Mena se horrorizaban.
Me negué rotundamente a facilitarle responso alguno, y le reproché con energía el que atendiera y diera importancia a tan injustas y groseras apreciaciones. Procuró después enmendar lo mal que había hecho, pero era imposible cicatrizar la herida que me había inferido en mis sentimientos de artista.
Para burlarme de éstos que se valen de las apariencias, le di a componer a Mena un Dies irae (Sequendia de Difuntos) en el cual le encarecí desplegara la mayor originalidad posible, y que bajo todos conceptos procurara hacer una obra acabada; esta composición sería además para pequeña orquesta y al efecto le señalé las partes de que debía constar: 3 voces, 1 cornetín, 2 bassons, violín, contrabajo y redoblante.
El objeto principal que llevo al publicar esta obra, le advertí a Mena, es ponerle como autor, un anagrama formado por las mismas letras de que se compone tu propio nombre, quiero hacer esto por tales y cuales razones, uy le expliqué lo que dejo apuntado. Tengo seguridad, le añadí que el anagrama llamará la atención de todos, y le moverá a curiosidad pidiendo informes, etc., y como no dudo que la obra corresponderá a mis proyectos de venganza, también abrigo la convicción de que será elogiada; y cuando menudeen los elogios, y lo crea conveniente, hasta entonces te descubriré; entonces diré los motivos que me han movido para ocultar tu nombre bajo un anagrama; entonces se avergonzarán de la sangrienta burla que han merecido; y entonces en fin cesarán en su ingrata tarea, o por lo menos, tal vez procurarán disimular algo siquiera su envidia.
La Sequentia o Dies irae, fue hecha y cuando la hube sacado en limpio, y en sus partes separadas, la estrené ejecutándola a primera vista, sin ensayarla, tal era la seguridad que llevaba del éxito que obtendría.
Al leer los músicos el nombre de Alejo de Murzansce, que es el anagrama de José de la Cruz Mena, muy extraño por cierto, no cesaban de preguntarme a que nacionalidad pertenecía; si la orquesta era arreglada por mí o así había venido original; y estas y otras preguntas más las hacían cada vez que se ejecutaba, al mismo tiempo que se expresaban de la manera más entusiasta, prodigándole los mayores elogios, y admirando la obra más y más, a medida que se conocía mejor, y por consiguiente se interpretaba más a conciencia, y con mayor perfección. Yo siempre les decía que el nombre indudablemente era español, aunque el apellido no lo parecía. En esta creencia permanecieron mucho tiempo, hasta que, habiéndoseme presentado una ocasión muy favorable, me pareció conveniente desengañarles.
Uno de los mayores y gratuitos enemigos de Mena, por envidia solamente, era uno de los más fervientes admiradores del Deis irae de Murzansce; arregló este sujeto unas honras fúnebres, y solicitó mi asistencia, suplicándome le alquilara el Deis irae de que me ocupo, tuvo si la imprevisión de no preguntarme en cuanto estimaba yo el alquiler de dicha obra, imprevisión favorable al fin que yo perseguía. De nuevo inquirió el mismo individuo si era original la música de Murzansce, así como su instrumentación etc., y yo siempre le sostuve que tal como la veía había sido hecha.
Llegó el día de las honras, y se llenó el acto con la ejecución del Deis irae de Alejo de Murzansce, y se renovaron los elogios a favor del autor etc., Por la tarde de aquel mismo día vino a mi casa el arreglador de la orquesta, con el objeto de pagarme mi trabajo y el valor del alquiler de la Sequentia, y al preguntarme por este último, lo hizo con el temor propio de aquellos que no quieren que se les llegue la hora de hacerlo; como si presintiera algo en su contra; y yo por el contrario, con la emoción natural que experimenta el que ve colmados sus deseos; y procurando suavizar cuanto pude mis palabras y la entonación con que las pronuncié , le dije: El alquiler de la Sequentia para mí no tiene precio; pero me vas a pagar tanto… y le señalé una suma que aunque exigua, sabía perfectamente que aquel pobre hombre con dificultad la olvidaría en el resto de su vida; y no tiene precio , le repetí, porque mi Repertorio no lo tengo de alquiler; y tratándose de ciertas obras como ésa, la estimación en que Ja tengo por ser una sublime inspiración del Leproso, que tanto desprecio y horror causa a muchos, no tiene límites: Alejo de Murzansce no es más que una anagrama que compuse de las letra del nombre de José de la Cruz Mena; y el objeto de haber cambiado el verdadero nombre del autor, ha sido el de probar una vez más, que las apariencias engañan, y que…
Confuso y corrido el pobre hombre, sin hallar que decir, pregunto, más por disimular que por otra cosa: ¿con que de Mena es esa Sequentia? pues, … hombre¡ … es muy buena…no se puede negar …Ah!… qué Ulloa! … hasta lo que ha hecho por Mena! …. Y otras tantas exclamaciones en que resaltaba la contrariedad y el despecho mal comprimidos; sobre todo, que no llevando dinero suficiente para pagarme, tuvo que suplicarme le esperara para mandármelo después…! ¡Y aquel que quería nombre extranjero en el Responso! No ha vuelto por otra, y cuando se ofrece algo semejante, procura borrar su indiscreción dando alguna disculpa.
La última obra que me hizo Mena, directamente, es una canción a 3 voces y orquesta, dedicada a la Santa Virgen.
Aquí sobresale una vez más la habilidad del compositor; porque siendo una canción religiosa, escogió como más a propósito al interpretar al espíritu de la letra, un aire que en sí es enteramente profano: Aire de Bolero. Pero intercaló tan magistralmente a continuación un andante, que borra por completo la impresión que aquella libertad pudiera hacer a espíritus demasiado escrupulosos; y por último concluye con un allegro, que sirve como un broche de oro para cerrar aquel magnífico conjunto que encierra tanta belleza.
Para concluir por ahora esta sección que se ha prolongado bastante, y que aún pudiera extender mucho más en lo que se refiere a nuestro privilegiado artista, voy a escribir solamente lo que sigue.
En testimonio de gratitud a la memoria de su bienhechor, don Pedro J. Alvarado, Mena ofreció a su viuda escribir un Requiem completo para estrenarlo en las honras de primer aniversario del señor Alvarado; la viuda acogió gustosamente aquel espontáneo ofrecimiento, y tomó por su cuenta los gastos que dicho trabajo ocasionare.
Por motivos ajenos a la voluntad del compositor no se pudo concluir la obra y hasta muy después quedó terminado el trabajo.
Durante mucho tiempo estuvo Mena con el deseo de oír su obra; pero con uno u otro pretexto o excusa, jamás pudo contar con los músicos para su estudio.
En esa época tuvo Mena una gravedad de la que se salvó por milagro, yo lo supe porque llegó a mi casa de parte de él un amigo suyo a informarme de su estado, al mismo tiempo que oficiosamente se había encargado de levantar una suscripción entre las personas que más cariño tenían al desventurado enfermo, para ayudar a los gastos de su asistencia o de sus funerales en caso de muerte.
Acordándome yo que existía el Requiem dedicado a Alvarado, y que muerto Mena quién sabe a qué mano iría a parar, le dije a su enviado, que le propusiera de mi parte venderme la obra; que su valor en las circunstancias porque el atravesaba, podría serle de mucha utilidad, al fin que muerto él, de muy poca y quizá de nada, le serviría. En el acto y como la respuesta más elocuente, volvió el agente de Mena con la Partitura y partes del Requiem a ponerlos a mi disposición por mandato del agonizante autor. Así pasó a ser de mi propiedad dicho Requiem, y su autor pudo también disfrutar de su valor, porque aún sobrevivió mucho tiempo después.
Cuando Mena restableció y me preguntó por la obra manifestándome el deseo de oírla, le dije que había que hacer un trabajo igual al que hice con el Responso porque estaban tan mal escritas la Partitura y Partes, que sería imposible su ejecución en aquel estado y sobre todo que no se obtendría el efecto deseado con semejantes errores de escritura. Facultado por él para hacer ese trabajo después de oír mis razonamientos, me dediqué exclusivamente hasta dar cima a la obra.
Muy pronto se me presentó la oportunidad de estrenar el gran Requiem. Lo ensayé al efecto; y el espléndido resultado ha sido mi más alta recompensa de tan árduo trabajo al hacer el nuevo arreglo.
En esta ocasión también fui a casa del inspirado compositor a felicitarle y a ofrecerle un pequeño pero significativo obsequio, como una muestra de estimación y aprecio.
Se estrenó la Misa y un Requiescat impase del mismo autor el 29 de agosto de 1904.
José de la Cruz Mena, desventurado artista, víctima de la más penosa enfermedad , vivió recluido en su modesta y humilde casita, sin hacer mal a nadie porque su natural buen carácter y su desgracia fueron el mejor escudo para que en su alma no se anidaran malos sentimientos; sin embargo, tuvo enemigos gratuitos que procuraron por todos los medios hacerle mal, ya criticando a su manera las composiciones musicales, ya trabajando por el completo aislamiento, mejor dicho, por el desaparecimiento del desgraciado enfermo, por medio de la Autoridad, intrigando para que ésta, so pretexto de la enfermedad, confinara al pobre artista a la isla de Aserradores: Por fortuna, nada lograron sus envidiosos enemigos.
El Requiem de Mena ha sido injustamente tachado y calificado de plagio Mena tuvo el antojo o capricho de intercalar en su obra algunos trozos de obras conocidas de autores extranjeros; pero lo hizo a sabiendas, lo hizo conscientemente, porque dichos trozos eran de su predilección; y esto que alguien llamó plagio, no lo es, porque el compositor declaraba que la adopción y adaptación de aquellos pasajes musicales, la había hecho por puro gusto, porque quiso hacerlo, no porque se apropiara la obra. ¿Qué otra cosa es, pues, sino envidia, el tratar de plagiario a un compositor de talento tan privilegiado, que de los que menos necesidad tenía, era de apropiarse lo ajeno?
En las vísperas del día en que iba a estrenarse el Requiem de Mena; en esos mismos días, por coincidencia o porque así lo querían los gratuitos enemigos del artista, redoblaron sus trabajos para que se realizara el confinamiento del glorioso artista a la Isla de Aserradores. El Jefe Político y comandante de aquel entonces, don Joaquín Palma, notificó al desgraciado enfermo la providencia dictada por su autoridad, y el afligido e infeliz doliente me participó la fatal noticia, y me suplicó hiciera en su favor todo lo que pudiera, para ver si lograba que se revocara aquella sentencia, o por lo menos se aplazara, para poder oír siquiera su Requiem, ya que estaba tan próximo el estreno.
Hice cuanto pude y le supliqué al señor comandante hasta obtener el permiso, no sólo de retardar el viaje, sino de asistir a la ejecución de la Misa, con tal de no estar entre la concurrencia, sino en donde no fuera visto.
Sin pérdida de tiempo, habiendo obtenido esa tregua, aconsejé a un hermano de Mena, Manuel A Roldán, que fuera a Managua a informar al general Zelaya que siempre distinguió y favoreció al artista, de lo querían hacer con él aquí, por intrigas y envidia; y el hermano de Mena fue debidamente atendido por el presidente, quien ordenó a la autoridad de departamento no molestar en manera alguna al noble enfermo, y le dejaran morir tranquilo en su retiro, Roldán llevó también una buena recomendación para el señor Ministro Altamirano, una carta de su señora madre, en la cual suplicaba al señor Ministro accediera a la solicitud del portador a favor de Mena.
Pese a quien pesare, yo fui el primero que hablé, y me interesé para que no fuera confinado a Aserradores, nuestro inolvidable compositor; sin embargo, no hace mucho tiempo que por la prensa se trató de este asunto, y con valor inaudito, por no llamarle de otro modo, un sujeto de esta ciudad atribuyó a otra persona el mérito de haber sido la que consiguió con su influencia la generosa intervención de la autoridad en el confinamiento de Mena. Aún existe el que fue comandante en aquella época, y a quien llamé la atención respecto a lo que dijo la prensa, con el objeto de desmentir el aserto aludido; pero dicho sujeto a pesar de confesarme que por mí no despachó a la Isla a Mena, me suplicaba le permitiera pensar si me daba o no por escrito esa declaración. Al ver yo esa flojedad, sin razón de ser, desistí de mi propósito y no le volví a hablar del asunto, hasta hace muy poco que estando en una casa frente a la Estación del Ferrocarril de esta ciudad; hablando con una persona acerca de Mena, por casualidad llegó el excomandante Palma en momentos en que la conversación recaía sobre el confinamiento del artista, y al verle le interpelé al respecto, y tuve la satisfacción de que contestara afirmativamente, declarando que por la tregua y el permiso de que he hablado; y por último la revocatoria de la sentencia contra Mena.
El 15 de septiembre del año de 1904 se inauguró solemnemente en Metrópoli una Sociedad con el nombre de Academia de Bellas Artes.
Para conmemorar su primer aniversario, y solemnizar también el gran día de la independencia, abrió un certamen, ofreciendo premios para las obras que lo merecieran según lo resolvería un Jurado que al efecto lo organizaría la Directiva.
Las condiciones a que debieran sujetarse los expositores en música, fue esta: Un Valse para piano solo.
Tomaron parte en el certamen cuatro expositores.
La Academia de Bellas Artes dispuso y publicó en su programa que las exposiciones se exhibieran en el local del Teatro Municipal, y acto continuo el Jurado las calificaría; y por la noche del mismo día se daría una gran velada Lírico-Literaria, en el mismo local, cerrando dicho acto con la distribución de premios.
A las 2 p.m. estaba el Teatro completamente lleno y llegando el turno a la ejecución de las obras musicales, fueron interpretadas por las personas llamadas a hacerlo, y que con anticipación las habían estudiado. Fueron ejecutadas, sin saber el público que esta o aquella, eran compuestas por fulano o mengano.
La primera para piano y violín: desde luego no debió ser tomada en cuenta por estar fuera del programa, pero no sucedió así.
La segunda y tercera para piano solo, cumpliendo con las prescripciones de la Directiva, fueron escuchadas con bastante interés. Hasta aquí nadie sabía quiénes eran los autores.
Al ejecutar el cuarto Valse, dominado por la belleza y originalidad de la obra, el público aclamó al autor como el digno del primer premio; y penetrando por puro instinto, adivinando, mejor dicho, que aquella pieza no podía ser de otra procedencia que la del inspirado Mena, resonaron incesantemente los estrepitosos aplausos, los vítores más entusiastas y las hurras más espontáneas, salidos de aquellos pechos que reconociendo el verdadero mérito externaban sus sentimientos de la manera más expresiva y cordial: ¡Viva Mena! Se oía en todo el interior del Teatro.
Vox pupili, Vox De. ¡Que triunfo tan completo! ¡Que mayor premio que aquella gran ovación para un verdadero artista, para el artista de corazón, que el dinero, las medallas, los diplomas, etc.; nada significaba en cambio de aquella pública manifestación de un pueblo entero!
El Jurado ¿Qué resolvió?
La Directiva anduvo muy informal a este respecto. Allí mismo de entre los concurrentes, llamó a tres de los que haló más a mano: ¡quién sabe si sería un hecho premeditado! ¡Tanto peor para ella!
Formaron el Jurado tres sujetos inhábiles para tan delicado encargo: el primero, parte interesada según la opinión general, por tener vínculos muy sagrados con uno de los expositores; opinión que a gritos se publicó en ese mismo acto; el segundo un simple aficionado, que carecía por consiguiente de los conocimientos indispensables para emitir un dictamen, fundando su opinión; y el tercero, una nulidad acabada, como se verá por su voto.
Desde luego que el Valse presentado por uno de los expositores se salió de la línea trazada por la Directiva, siendo para Violín y Piano en vez de ser para Piano Solo, repitió, no debió haber sido tomado en cuenta; sin embargo, a ojos vistos se nota la preferencia que se le quiso dar ejecutándolo el primero de todos, y que siendo para Violín y Piano, es decir, para dos instrumentos, haría mayor impresión que las otras que eran para Piano Solo, esto es, para un solo instrumento. Pero aquí cabe también decir que el mejor Juez es el oído; y nuestro público, que casi en su totalidad lo tiene, y muy refinado, dio en esta ocasión una nueva prueba de su buen gusto y acierto, aplaudiendo a más y mejor la pieza que fue de su mayor agrado y que resultó ser obra del humilde leproso José de la Cruz Mena; se conoce esta composición con el nombre de Ruinas.
Los Vítores y manifestaciones de simpatía por el Valse Ruinas, aumentaron y tomaron mayores proporciones cuando llegaron al conocimiento del público los votos del Jurado.
El primero de los Jueces, el de los vínculos sagrados con uno de los expositores, salvó el suyo, confirmando así la opinión general de que no debía ser Juez y parte. Si esto ya lo sabía el señor Jurado, ¿para qué aceptó el cargo? Huelgan los comentarios; él tal vez no pensó en aquella inesperada ovación a favor de Mena.
El tercero, perdóneseme la alteración del orden numérico en pro de la buena comprensión de lo que he dicho arriba, dijo: que él era amigo del autor del Valse tal (y nombró al autor) y no podía menos que darle su voto.
¿Qué tal? ¡Cuánta imparcialidad! … ¿Tengo razón o no al decir que su voto lo daría a conocer mejor que cualquiera descripción que pudiera hacer de él?
Más bien el simple aficionado, quien no se esperaba un voto tan racional, fue de opinión que se le diera el primer premio a Mena, fundado en que la obra reunía en su concepto cualidades que la hacían superior a las otras, y mucho más a la de Violín y Piano, tales como el ser del gusto general, lo cual a nadie se le ocultaba, pues el público sin excepción lo estaba demostrando.
Por la noche se verificó la gran Velada, terminando con la distribución de premios, el cual consistió en un Diploma de honor para el autor de una composición en verso; y otro igual para el artista que pintó un cuadro al óleo sobresaliente entre los demás….
¿Y la Música?… ¡Qué música ni que ocho cuartos! … Silencio sepulcral de la Academia de Bellas Artes a ese respecto; pero ¡qué silencio!… silencio criminal, que fue castigado descontento por el público, que era aún más numeroso que al medio día. (A grandes voces pidió la ejecución del Valse Ruinas, de José de la Cruz Mena; quería premiar por segunda vez su obra, aplaudiéndola y vivando a su autor con la espontaneidad y entusiasmo, que despierta e inspira el verdadero mérito, ya que la Academia de Bellas Artes callaba.
Doña Margarita Rochi de Alonso, que fue la que ejecutó el Valse de Mena en el certamen, se levantó del asiento que ocupaba en su Palco, y fue a colocarse en el del Piano, en medio de atronadores aplausos y vivas al compositor Mena.
El Valse Ruinas fue interpretado magistralmente por la Sra. De Alonso, y escuchado por todos con la mayor atención; y cuando concluyó la ejecución que fue acogida de una manera extraordinaria, en medio de aquella Babilonia se oía repercutir el nombre de Mena, aclamado por todos; y entre el ensordecedor ruido de un pueblo entero, que aplaudía y gritaba, poseído de un frenesí sin igual, ¡Viva Mena! Resonaba por todo el espacio. A Mena el publico lo hizo entrar al teatro en hombros.
Muchos días sirvió de pasto para el público la falta de cumplimiento del Programa de la Academia de Bellas Artes, respecto al certamen musical, pero como todo se olvida con el tiempo, y esa clase de impresiones son del momento, quedó todo únicamente para la Historia; ni la Prensa dijo nada, protegiendo, con su silencio tan grave falta.
Gran número de Canciones amorosas, serenatas, etc., con acompañamiento de Piano o de Guitarra obligados. A propósito de Guitarra Mena se ocupó en dar lecciones de Guitarra a muchísimos aficionados, empleando en su enseñanza un método especial, no sé si de su invención, pero sí de resultados prácticos, de tal manera, que sus numerosos discípulos y todos los que han seguido su escuela, ejecutan con perfección acompañamientos obligados de las innumerables canciones del popular compositor, y aún piezas del mismo autor, tanto originales como adaptadas por él lo hacen según su método.
El 22 de Setiembre de 1907 falleció José de la Cruz Mena, a los 33 años de edad. Como la mayor parte de los hombres superiores, fue víctima de dolorosas contrariedades; vivió pobre y humildemente; arrinconado por su cruel enfermedad en la modestísima casa obsequiada por alguno de sus amigos, y situada en las márgenes del Río Chiquito de esta ciudad, en un estado de lamentable miseria.
Los últimos días fueron los más crueles de su vida por los rudos sufrimientos que experimentó. Cuentan que era tal el estado del pobre enfermo, que las partes ulceradas de su cuerpo desde en vida fueron lentamente destrozadas; y es de suponerse qué dolores sufriría el infeliz y qué pena moral experimentaría al sentirse roído por los gusanos aún antes de morir, él estaba ya durmiendo en los altares de la gloria; sin embargo, como a un verdadero mártir nunca le abandonaron la paciencia y la resignación.
Los vecinos de Mena también refieren lo siguiente: que, algunos días antes de morir, hizo colocar junto a su lecho, y al alcance de su mano, una gran caldereta arreglada de tal manera con una piedra, que hiciera veces de badajo, para servirse de ella como de una campanilla, para avisarles cuando creyera próximo su fin. Así lo hizo, dicen. Una noche, a la media noche, se oyó el ruido o repique de la caldereta, y habiendo acudido el vecindario, Mena, con una clama asombrosa les dijo: «Mi vida se extingue; voy a morir, y suplico a todos los presentes me perdonen las faltas que haya cometido», se despidió obteniendo el perdón, y expiró.
… No deja de ser esto un suceso bastante extraordinario, por el hecho de prometer el enfermo que avisaría cuando se le llegara la hora; parece que estaba seguro de poder hacerlo. ¡Quién sabe qué presentimientos, qué favor especial de Dios alcanzó!, que, en efecto, logró sus deseos, y cumplió su promesa.
En unos apuntes biográficos sobre »El Divino Leproso», suscritos por Fisgón, y publicados en, El Independiente de esta ciudad, correspondiente al día 13 de febrero de 1919, se lee lo siguiente: »La Academia de Bellas Artes, por medio de su presidenta y de su secretario, invitó y dio algún dinero para gastos, sepultándolo en el Panteón de Guadalupe, en fosa de gracia para indigentes.»
La Academia de Bellas Artes, por fin, enmendó la plana: a la muerte del Insigne compositor hizo derroches de gastos, y dejó para siempre el cadáver del inmortal artista en la fosa de gracia para indigentes…
- P.
León, abril de 1919.
HILARIO ISAIAS ULLOA
CATALOGO
Obras de José de la Cruz Mena.
Música Religiosa
- Dieciocho melodías o Entractos.
- Siete Sones de Pascua.
- Gran Misa de Requiem – Pedro J. Alvarado.
- Pequeña Misa de Requiem.
- Gran Responso de Difuntos.
- Pequeño Responso de Difuntos.
- Lecciones 1° y 2° del Oficio de Difuntos.
- Dos Sequentias (Dies Irae) para Pequeña Orquesta.
- Seis Ave Marías 1, 2 y 3 Voces y Pequeña Orquesta.
- Dos Misas Solemnes para 2 Voces y Pequeña Orquesta.
- Tres Te Deum para tres Voces y Orquesta.
- Cuatro Marchas Fúnebres para Banda.
- Canto a la Stma. Virgen a 3 Voces y Orquesta.
Música Profana
- Seis marchas para Banda, Valses, Mazurkas y Danzas.
- Inés.
- Recuerdos de un Ángel.
- Leonor
- Mercedes
- Margarita
- Amores de Abraham.
- Rosalía.
- Tus Ojos.
- Lola
- Bella Margarita.
- En Gracia
- Ruinas
- Corazón herido.
- Lupita
- Adela
- Tulita
- Emilio Pallais.
- Sara Dávila.
Muchísimas Obras más, tanto religiosas como profanas.